Columnistas

Opinión del día

Por César Jiménez

Día de Muertos

La celebración del Día de Muertos es una de las tradiciones más antiguas y representativas de México, es una fiesta en donde los vivos se encuentran con los muertos, ofreciéndoles un auténtico banquete de olores, colores, sabores y música, con la finalidad de que quienes estamos vivos no olvidemos que la muerte es sólo una transición a lo eterno, mientras que los muertos “regresan” para convivir con sus amigos y familiares.

El culto al Día de Muertos es un legado ancestral que puede verse en las distintas culturas prehispánicas que habitaron el territorio.

Los orígenes pueden ser trazados hasta la época de los indígenas de Mesoamérica, tales como los Aztecas, Mayas, Purepechas, Nahuas y Totonacas. En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.

La celebración de Todos Los Santos y los Fieles Difuntos del catolicismo coincidió con dos fiestas indígenas: Miccailhuitontli «fiesta de los muertos pequeños» y HueyMiccailhuitl «Fiesta de los muertos grandes». Este hecho originó el sincretismo religioso que se refleja en las festividades, en los altares, las danzas y en la comida.

Por los documentos históricos, se sabe que las festividades eran presididas por la diosa Mictecacihuatl, conocido como la “Dama de la muerte” (actualmente corresponde con “la Catrina”). Tras la conquista, la unión de las creencias indígenas con el catolicismo español forjó un carácter religioso único, colorido y que conservó en cierta forma los recuerdos ancestrales de las viejas tradiciones precolombinas.

Las festividades inician el 28 de octubre, que es cuando se recuerdan a las personas que murieron en algún accidente; el 30 de octubre se recuerdan a los bebés que murieron antes de ser bautizados; el 31 de octubre se celebra a los niños menores de 12 años; el 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos y se recuerda a quienes fallecieron por causas naturales o enfermedades; y el 2 de noviembre, después de las 12 del día -según las creencia es cuando las alma de los difuntos se van- se recogen las ofrendas y se levantan los altares. También se cree que las almas de los niños regresan de visita el día 1 de noviembre, y que las almas de los adultos regresan el día 2.

Estas fiestas no nos remiten a una ausencia, sino a una presencia viva que ha trascendido a la eternidad; la muerte es una metáfora de la vida que se materializa en el altar ofrecido: quienes hoy ofrendan a sus muertos serán en el futuro invitados a la fiesta. Asimismo, el Día de Muertos se considera también una celebración a la memoria, un ritual que privilegia el recuerdo sobre el olvido.

Por: César M. Jiménez Martínez